Mascarada by Terry Pratchett

Mascarada by Terry Pratchett

autor:Terry Pratchett [Pratchett, Terry]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T05:00:00+00:00


Querido Balde

Le estaría de lo más agradecido si Christine cantara el papel de Laura esta noche. Le aseguro que es perfectamente capaz.

El segundo violinista es un poco lento, en mi opinión, y el segundo acto de anoche estuvo extremadamente envarado, con sinceridad. De verdad le digo gue no están dando la talla.

Denle la bienvenida de mi parte al signore Basílica. Le felicito a usted por su llegada.

Le desea lo mejor,

El Fantasma de la Ópera

—¡Señor Salzella!

Salzella fue localizado al cabo de poco. Leyó la nota.

—No tendrá usted intención de acceder a esto, ¿verdad? —dijo.

—Ella tiene una voz soberbia, Salzella.

—¿Se refiere a la Nitt?

—Bueno… sí… ya me entiende.

—Pero ¡esto es nada menos que chantaje!

—¿Lo es? La verdad es que no nos amenaza con nada.

—Usted la dejó… quiero decir, a ellas, claro… usted las dejó cantar anoche, y mire el bien que le hizo al pobre doctor Undershaft.

—¿Pues qué me aconseja?

Se volvió a oír a alguien que llamaba de forma entrecortada a la puerta.

—Pasa, Walter —dijeron Balde y Salzella al unísono.

Walter entró dando bandazos, con el cubo para el carbón en la mano.

—He ido a ver al comandante Vimes de la Guardia de la ciudad —dijo Salzella—. Me ha dicho que enviaría a algunos de sus mejores hombres aquí esta noche. De incógnito.

—Creía que usted me había dicho que eran todos unos incompetentes.

Salzella se encogió de hombros.

—Tenemos que hacer esto como corresponde. ¿Sabía que al doctor Undershaft lo estrangularon antes de colgarlo?

—De ahorcarlo —dijo Balde, sin pensar—. A los hombres se les ahorca. Es la carne muerta lo que se cuelga.

—¿En serio? —dijo Salzella—. Aprecio la información, bueno, pues parece que al pobre Undershaft lo estrangularon. Y luego lo colgaron.

—De veras, Salzella, tiene usted un sentido desviado del…

—¡Ya he terminado señor Balde!

—Sí, gracias, Walter. Ya puedes irte.

—¡Sí señor Balde!

Walter cerró la puerta tras de sí, muy concienzudamente.

—Me temo que es por trabajar aquí —dijo Salzella—. Cuando uno no encuentra alguna forma de lidiar con… ¿se encuentra bien, señor Balde?

—¿Qué? —Balde, que se había quedado mirando la puerta cerrada, negó con la cabeza—. Oh. Sí. Walter…

—¿Qué pasa con él?

—No… no le pasa nada, ¿verdad?

—Oh, es un poco… Tiene sus cosas raritas. Es inofensivo si se refiere a eso. Algunos de los tramoyistas y los músicos son un poco crueles con él… Ya sabe, lo mandan a comprar una lata de pintura invisible o una bolsa de agujeros para clavos y cosas así. El se cree todo lo que le dicen. ¿Por qué?

—Oh… solamente me lo preguntaba. Algo tonto.

—Supongo que lo es, técnicamente.

—No, me refería a… Oh, no importa…

* * *

Yaya Ceravieja y Tata Ogg salieron del despacho de Goatberger y caminaron solemnemente por la calle. Por lo menos Yaya caminaba solemnemente. Tata iba un poco inclinada.

Cada treinta segundos decía:

—¿Cuánto dices que hay?

—Tres mil doscientos setenta dólares con ochenta y siete centavos —dijo Yaya. Tenía aspecto pensativo.

—Me ha parecido muy amable por su parte mirar en todos los ceniceros en busca de toda la chatarra suelta que pudiera reunir —dijo Tata—. En todos a los que podía llegar, al menos.



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